Millón de Monos

Weblog de Manuel Aristarán

Mejore su vida: borre Twitter

— Me llamo Manuel y soy adicto a Twitter.

— Hola Manuel.

Hace 13 años conté en este mismo weblog que había abierto una cuenta de Twitter. En ese entonces trabajaba en una de las primeras startups de la web 2.0 argentina. Twitter era cosa de programadores y hipsters. Se caía seguido (era una webapp hecha en Ruby on Rails), no había threads ni @-replies. Mucha gente lo usaba a través de SMS; de ahí el famoso límite de 140 caracteres.

La red social pasó a formar parte de mi vida cotidiana. Fue parte de acontecimientos importantes en mi vida personal y profesional. Me quejé en Twitter cuando en 2011 la gestión Breitenstein en el municipio de Bahía Blanca intentó frenar a Gasto Público Bahiense con un CAPTCHA y se disparó un hermoso escandalete mediático.

En 2012, mientras trabajaba en los inicios de Satellogic, me enteré en Twitter sobre la convocatoria a la fellowship Mozilla-Open News. Me postulé, me entrevistaron, y quedé. Me pasé el 2013 trabajando con medios periodísticos de todo el mundo, viajando a conferencias, y escribiendo software open source. El año siguiente, gracias a esta fellowship, fui aceptado en un programa de posgrado en MIT y nos mudamos a Boston durante 3 años. Ahí nació mi hijo.

Sin Twitter, no hubiera pasado nada de todo eso.

Pero en los últimos años, Twitter empezó a molestarme. Cuando me convocaron para dar mi segunda charla TEDx, hablé de lo mucho que me molestaba. Lo comparé con mi addición a los cigarrillos de tabaco, una comparación que —a diferencia de la charla, que ya no me gusta— me sigue pareciendo acertada.

Venía considerando la idea de eliminar mi presencia en Twitter. Como todos los adictos, me inventaba restricciones para no ir a buscar el colocón: cada tanto borraba todos mis tweets; una operación bastante trabajosa ya que la red no quiere que lo hagas. Le pedía a mi esposa que cambie el password, y unos días después lo recuperaba. Bloqueaba el dominio twitter.com en mi computadora…entonces lo usaba desde el teléfono. Sigue valiendo la analogía tabacalera: dejás de fumar pero pedís una pitada cada tanto, hasta que un día salís a comprar cigarros a las 2 de la mañana.

Pero así como a uno —que ya fuma hace muchos años— le rompe las bolas fumar, Twitter me venía molestando. El medio es el mensaje dijo el tío Marshall, y Twitter es un medio que propicia mensajes horribles: alcahuetería, canchereadas, argumenta ad hominem a cada rato. Superioridad moral: son todos mejor que vos. Y el feedback loop que conocemos todos: posteo mi canchereada y chequeo obsesivamente a ver quién apretó el corazoncito, y me siento premiado por haber sido tan canchero.

Sigamos abusando del argumentum ad tabaci: los ex-fumadores suelen hablar de un momento revelador en el que deciden dejar de fumar. Todavía no tuve ese insight con el cigarro, pero hace unos días lo tuve con Twitter: no me hace falta empezar el día leyendo a cientos de pelotudos con ínfulas de thought leaders alardeando de su ética inquebrantable, sagacidad, elegancia y estado físico. Ni tampoco a presidentes de estados soberanos tuiteando a través de community managers que “entienden la lógica de las redes”. Ni a genios de las finanzas tuiteando desde la casa de sus padres, ni a veganos infumables, ni a les aliades de las cuerpas empoderadas, ni a los machirulos. Todes retuiteando y laiqueándose entre elles, riéndose del contrario via capturas de pantalla con el objetivo de coleccionar corazoncitos.

Le dije a Twitter que sí, que realmente quería borrar la cuenta. Como 12 veces me preguntó.

Igual que el ex-fumador reciente, aquí estoy militando el éxido masivo de ese sitio del infierno. Desde que no paso horas ahí adentro, volví a otras cosas: leo artículos completos, no soy víctima de tantos trolleos y operaciones burdas. Perdí el movimiento muscular reflejo de abrir un tab del navegador, y abrir Twitter y perder varios minutos. Leo más libros. Toco mi contrabajo y disfruto de no hacer nada.

Todavía estoy en Facebook, porque ahí está la gente que conozco del mundo real, la que me importa de verdad. Y en Instagram, porque soy músico y los músicos están ahí.

Pero Twitter, nunca más.